EL NACIMIENTO DEL DRAMA
El Natyasastra es uno de los tratados de teatro más antiguos del
mundo. Data de al menos el siglo III a.C. y su primer capítulo
cuenta la historia del Nacimiento del Drama. Era una época en la que
el mundo estaba hundido en la infamia moral. La gente había llegado
a ser esclava de pasiones irracionales. Había que encontrar nuevos
medios ("agradables a la vista y al oído y también edificantes") que
pudieran hacer resurgir a la humanidad. Por eso Brahma, el Creador,
combinó elementos de los cuatro Vedas (textos sagrados) para formar
un quinto texto, el Veda de la Interpretación. Pero como los dioses
no saben de teatro, le encargaron el nuevo Veda a Bharata, un ser
humano. Y Bharata, con la ayuda de sus cien hijos y algunos
danzantes celestiales enviados por Brahma, montó la primera obra.
Los dioses contribuyeron con entusiasmo al aumento de las
posibilidades expresivas del nuevo arte.
La obra que presentó Bharata trataba de la historia del conflicto
entre los dioses y los demonios, y celebraba la victoria definitiva
de los dioses. La producción encantó a los dioses y a los hombres.
Pero los demonios que había entre el público se ofendieron
profundamente. Así que usaron sus poderes sobrenaturales y
desorganizaron la representación paralizando la voz, los movimientos
y la memoria de los actores. Los dioses a su vez atacaron a los
demonios y mataron a muchos de ellos.
Desembocó en un acto de violencia. Así que Brahma, el Creador, se
acercó a los demonios y les dijo. El Drama, explicó, es la
representación del estado de los tres mundos. Incorpora los
objetivos éticos de la vida -los espirituales, los seculares y los
sensuales- sus alegrías y sus penas. No hay sabiduría, ni arte, ni
emoción que no se encuentre en él.
Le pidió entonces a Bharata que siguiera con la representación. No
se sabe si la segunda representación fue de nuevo un éxito.
Los eruditos que comentan este capítulo lo toman como clave para
afirmar que el mito condena a los demonios. Su comportamiento se
entiende como prueba de su error al comprender la auténtica
naturaleza del teatro. El discurso de Brahma sobre el teatro se
convierte entonces en la esencia del mito.
Eso, a mi parecer, es entender mal el mito por completo. Para
empezar, el hecho de que los demonios (no los dioses) no recurran a
la violencia física sino que ataquen sólo "la voz, los movimientos y
la memoria" de los actores, muestra un notable conocimiento de los
aspectos más sutiles de la representación.
Más concretamente, este es un texto reverenciado, escrito para
instruirnos en el arte y las técnicas de la producción teatral,
hablando de la representación primigenia en la historia de la
humanidad. El propio Creador, junto con otros dioses, ninfas
celestiales y actores entrenados, se implicaron en el proyecto. El
resultado debería haber sido un éxito clamoroso.
Sin embargo, se nos dice que fue un desastre.
Aquí hay una declaración implícita que los eruditos han evitado
contemplar. Posiblemente les haga avergonzarse. De hecho, las
implicaciones contradicen abiertamente a la propia estética reciente
Hindú que afirma que el propósito principal del teatro es separar al
público del mundo exterior y mitigarlo en un estado compartido de
deleitación.
El mito, me parece a mí, señala una característica esencial del
teatro que los comentarios conciliadores de Brahma no podrían
reconocer posiblemente: que cada representación - aunque esté
cuidadosamente creada - conlleva en sí misma el riesgo del fracaso,
de la ruptura y por tanto de la violencia. Lo mínimo que una
representación en vivo requiere es un ser humano interpretando (es
decir, pretendiendo ser otra persona) y otro observándolo, y eso ya
es una situación cargada de incertidumbre.
El mundo nunca antes ha tenido tanto drama como hoy. La radio, el
cine, la televisión y el vídeo nos inundan de drama. Pero aunque
estas fórmulas puedan comprometer o incluso enfurecer al público, en
ninguna de ellas la respuesta del espectador puede alterar el hecho
artístico en sí. El Mito de la Primera Representación subraya que en
el teatro, el dramaturgo, los intérpretes y el público forman un
continuo, pero un continuo que siempre será inestable y por tanto
potencialmente explosivo.
Por eso es por lo que el teatro garantiza su propia muerte cuando
trata de interpretar con demasiada seguridad. Por otra parte, lo que
también es su razón de ser, aunque a menudo su futuro parezca
desierto, el teatro continuará viviendo y provocando.
|